Por Alejandro IORAS

Prof. de Historia (INSP Joaquín V. González) y Lic. en Cs. Antropológicas (UBA).

Co-conductor de Miércoles de Película por www.radiocv.com.ar

Más de veinte años después del estreno de Pampa Bárbara, es decir en 1966, Hugo Fregonese, acompañado nuevamente por Ulises Petit de Murat y también con la ayuda del estadounidense John Melson como guionistas, rodó una remake de este film. Esta no era una aventura en la carrera de Fregonese; que en 1950 había ido a probar suerte a Hollywood, donde alcanzó considerable renombre, al filmar, entre otros, con Anthony Quinn, Gary Cooper, Bárbara Stanwyck, Lee Marvin, Jack Palance y una larga serie de estrellas del momento.

El proyecto, una coproducción  entre Argentina, España y los Estados Unidos, era ambicioso; se contaba con un mayor presupuesto y la presencia de Robert Taylor —si bien en el ocaso de su carrera, ya que moriría pocos años después— no era un atractivo menor. Se filmó en los alrededores de Madrid, en los estudios de Samuel Bronston (responsable de éxitos como El Cid y 55 días en Pekín, pero que a la sazón estaba en bancarrota a raíz del fracaso económico que le había ocasionado La caída del Imperio Romano). Savage Pampas fue su título original en inglés; en España y en Latinoamérica se conoció —subtitulada y/o doblada— como Pampa Salvaje y se estrenó en Buenos Aires el 7 de julio de 1966, dos meses más tarde que en Europa y los Estados Unidos.

Parecida y diferente

La película no es una nueva versión de Pampa Bárbara, si bien guarda semejanzas con ella, posee algunos contrastes sustanciales, de acuerdo con nuestro análisis anterior. Si aun no la leíste ingresa aquí.

Allí donde la original ubicaba la acción en los años del primer gobierno de Juan Manuel de Rosas, ésta la desplaza bastante más adelante, puesto que uno de los personajes es “el segundo de su promoción en la academia Militar”, Institución basal del actual Colegio Militar de la Nación, creado por Sarmiento en 1869 y cuya primera promoción egresó en 1873.

Igualmente aquí la acción se desarrolla en algún lugar de la pampa, concretamente en el Fortín Toro, cuyas características edilicias no pueden menos que sorprendernos, los soldados que lo habitan presentan los mismos problemas que se detallaban en el film de 1945.

También cobra importancia la figura del gaucho renegado Padrón (Ron Randell), cuyos tratos con los indios se ven al comienzo de la película, donde recibe a desertores de la guarnición del Toro, dándoles oportunidad de escoger mujeres entre las cautivas blancas que la tribu del cacique Huincal (Gene Reyes) —ataviado como Hollywood cree que sabe hacerlo…— ha capturado.

Padrón y Huincal

Podemos, entonces, decir que el nudo de la historia es el mismo. El capitán Martín (Robert Taylor), presionado por su superior, el comandante Chávez (José Nieto), que aquí es nada menos que General, decide —bien que a disgusto— ir a buscar mujeres para poder así detener la merma constante de su tropa.

Un típico fortín

Progreso y anarquía en las pampas!

Pero en esta remake no aparece Buenos Aires ni ninguna otra ciudad. Lo que sí vemos con cierta sorpresa, es la llegada de un ferrocarril, que deposita a un reducido grupo de mujeres —50 en la versión original, y solamente 9 en ésta— en manos del Capitán Martín y sus soldados.[1] También aquí estas mujeres constituyen un conjunto variopinto y asimismo, de entre ellas se destaca Camila Ometio (Felicia Roc), que presenta una situación análoga a la de su casi homónima en el film original.

El inicial entusiasmo de los soldados se ve tan enfriado en Savage Pampas como en la versión del ´45, ya que el inflexible Martín ha ordenado a la tropa abstenerse de cualquier contacto hasta llegar al fuerte. Si bien esto cambiará conforme avance la película, la historia guarda similitud con la original en este punto.

La novedad que Fregonese introduce es la aparición de Miguel Carreras (Ty Hardin), un prisionero enviado a la frontera por anarquista. Este personaje, que se define a si mismo como periodista y filósofo, resulta el más simpático del film y constituye el nexo entre la dureza de las órdenes militares, encarnada en el Capitán Martín, la despreocupada liviandad que trasuntan las “fortineras” y las urgencias, cada vez más apremiantes del grupo de soldados que las custodian.

Estas necesidades se evidencian en un alto que hacen en la marcha hacia el fortín, donde llegan a las manos dos integrantes de la tropa.[2] Menos mal que la cosa no pasa a mayores, seguramente gracias a un buen asado, preparado en una curiosa —y seguramente muy cómoda de llevar— parrilla con la que cuenta el grupo.

Oiga! Y qué va a hacer usted en el fuerte? Lo mismo que nosotras?

Las mujeres son presentadas en Savage Pampas de forma mucho más esquemática que en la película original. Sarita (Susana Mara); Carmen (Laura Granados); Magnolia (Pastora Ruiz); Lucy (la uruguaya Isabel Pisano, esposa de Waldo de los Ríos, compositor de la música del film) e incluso la misma Camila, están muy lejos de la profundidad de aquellas sufridas condenadas de Pampa Bárbara. Su actuación se reduce a coquetear permanentemente con los soldados de Martín y a algún diálogo más o menos chispeante —como el que se cita más arriba— con Miguel Carreras.

Curiosamente, la que sí adquiere cierta importancia es una muchacha indígena, Rucu (?), Rosenda Monteros, otro personaje agregado por el Director, ayudante de cocina del posadero del pueblo que, ante la negativa de éste a dejarla partir, será intercambiada (sí, tal como suena) por una de las destinadas al fuerte, previa relación menos que más consentida con el hasta entonces imperturbable Capitán Martín. 

Rucu, o como vestían en La Pampa en el Siglo XIX

Haré lo que diga Huincal[3]

-Nunca dice nada

La presencia cada vez más cercana de los indios, acaudillados por el renegado Padrón hará que —tras sostener un enfrentamiento con una avanzada de éstos— el reducido grupo de viajeros deba buscar refugio en la iglesia de un pequeño e innominado poblado. En esa construcción, que no tiene nada que ver con el estilo de edificación de la época, se atrincheran, esperando la llegada de refuerzos.   

También encontraremos aquí la tumba de la esposa de Martín, pero en este caso no ha sido asesinada por los indígenas, sino que años atrás había muerto de fiebre. Viendo que los indios van a cercar irremisiblemente el pueblo, el capitán y un voluntarioso Carreras deciden ir a buscar al resto de la guarnición al fuerte.

A partir de este momento, soldados y mujeres quedan encerrados en la Iglesia, pero los indígenas, incomprensiblemente, dada su abrumadora superioridad numérica, sólo los hostigan, mediante el conocido recurso de las flechas incendiarias (?) sin dar el asalto definitivo, pese a que:

Han tenido toda la tarde para matarnos.

—Les gusta saborear la muerte…

Entretanto, Carreras y Martín han sido sorprendidos por los hombres de Padrón y el primero es muerto. El Capitán es estaqueado y dejado —tal como en el primer film— para alimento de las aves de rapiña. Pero aparece Rucu, que lo libera y ambos regresan al pueblo.

Y una vez en él, en una acción digna del mejor western, Martín aprovecha la noche y se asegura de que Huincal no diga nunca nada más, causando la consiguiente consternación de sus guerreros, que abandonan el sitio al son de una incomprensible —e incongruente— letanía fúnebre.

Todos menos uno. Menos Padrón.

Ya sin el apoyo de los lanceros de Huincal, los renegados —que incluso privados de la ayuda de aquellos, triplican a los sitiados— se disponen a atacar, cuando Martín les ofrece amnistía completa y permiso para volver al fuerte Toro con sus mujeres, excepto a su jefe, Padrón. Como sus hombres, tentados por la oferta, se muestran renuentes a luchar, éste, esgrimiendo una caña tacuara como si fuera una lanza arrojadiza, se lanza sobre el Capitán, para dar comienzo al inevitable enfrentamiento agonal. El duelo —bastante poco creíble en sí mismo— finaliza con la muerte de ambos contendientes y, posteriormente, una acongojada Rucu, liberará al caballo del Capitán Martín, que huye sin freno por la llanura, cerrando de esta manera la película.

No hay ningún mensaje sobreimpreso, ni voz en off, ni ninguna apelación a la historia, tal cual vimos en Pampa Bárbara. Esta remake, absolutamente olvidable, se acerca mucho más al género western que la original; pero carece de cierta épica que caracterizó a la producción  de 1945.

Disponible en cine.ar o youtube


Notas

[1] El antiguo Ferrocarril del Oeste —único que operaba en esa zona— llegaba desde 1866 hasta Chivilcoy y recién en 1877 a Bragado. Ignoramos donde se situaba el Fortín Toro, pero el paisaje nos autoriza a creer que estaba bastante alejado.

[2] Aquí podemos ver a un muy joven Sancho Gracia, posteriormente reconocido actor español y padre de uno de los protagonistas del Ministerio del Tiempo.

[3] En uno de los comentarios que se encuentran en la Red acerca de esta película, al pobre cacique, que ya había perdido el Huincul original, lo denominan Windcall… nombre que nos remite más a un posible origen crow o cherokee…

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